Hay una mancha negra en el cielo blanco de mi cocina. Es fea y nauseabunda, y desubicada también. ¿Qué tiene que hacer ahí, cuál es su función, su razón? No la hay. Es absurdo pero ahí está, en medio del blanco perfecto del cielo de mi cocina, una mancha sucia, asquerosa, y negra.
No me sorprende. En la entrevista hoy me pidieron que me definiera en tres palabras, “una persona normal”, dije. Si me hubiesen pedido seis, seis palabras tan solo, un número par como debe ser, hubiera podido definirme mejor: “Una persona normal entre muchos anormales”, habría dicho.
Ya me he acostumbrado a vivir entre anormales, gente sucia, tonta, gente tan mediocre que no acepta la verdad, que no tolera la crítica constructiva y la propuesta pro positiva.
“Considérese rechazado”, me dijo ese imbécil con su insoportable voz nasal, después de preguntarme qué cambiaría de la empresa y escuchar mi respuesta:
-muchas cosas, empezando claro por sacarle esa horrible corbata.-
Y es que ¿Cómo es posible que alguien use una corbata fucsia con un traje verde? Para cualquier persona sensata, normal, como yo, eso es inconcebible.
Está seca y descascarándose, lleva tiempo ahí. Situaciones como éstas son las que no soporto. Alguien tiene que haberla visto, pero nadie la limpió. No me cabe en la cabeza cómo pueden tolerarla, como pueden ignorarla…¡¡¡es una mancha negra en el cielo blanco de mi cocina!!!
Estoy agotado. Desde que me despidieron que paso de entrevista en entrevista, dejando los pies en la calle, esa calle fétida e indecente, llena de primates subnormales cruzándose en mi camino, para luego sentarme ante bípedos mononeuronales a contestar sus estúpidas preguntas y tests psicológicos.
Me despidieron por arrogante. Esa fue la justificación que dio el presidente de la empresa. Arrogante es quien se atreve a despedir a alguien por el sólo hecho de llamarlo inútil, pero yo, ¡yo! Que he pasado toda mi vida teniendo jefes intelectualmente inferiores a mí, ¿cómo voy a ser arrogante? Sucede que era necesario que alguien se lo dijera y decidí ser yo, porque hay cosas que no pueden pasarse por alto, y el que alguien que está a la cabeza de una mega cadena no sepa cómo resolver una simple operación matemática con números de seis cifras sin calculadora, es una de esas cosas.
Pueden acusarme de lo que quieran, pero lo cierto es que nadie puede negar que una persona así sea un inútil.
Parece un triángulo, irregular claro, pero su forma se asemeja a eso, no es un triángulo en estricto rigor, porque los triángulos tienen lados rectos, no curvos, y son perfectos, no horribles y asquerosos como esa mancha negra en el cielo blanco de mi cocina. No es más que eso, una mancha, una mancha que pretende ser triángulo, eso es, y eso justamente lo hace más repugnante todavía.
Sólo dos entrevistas di esta mañana, la del tipo de la corbata fucsia y otra en una empresa de telefonía. Habría dado sólo una, si el uno no fuera, claro, número impar. De todas formas no sirvió de nada, en ambas me rechazaron, como en todas desde que me despidieron. Ya me estoy aburriendo de esta rutina, en éste país poblado por indios de mierda no hay lugar para personas como yo, aquí no saben reconocer la excelencia cuando la ven, y no digo que sea perfecto, no lo soy, casi quizás, pero perfecto no, soy simplemente un tipo normal, una persona normal entre muchas anormales. Si sólo pudiera partir a Europa, ahí de seguro tendría trabajo, reconocimiento, y viviría en una casa sin manchas negras en el cielo blanco de la cocina.
Entrevistas de mierda, país de mierda…¡¡¡mancha de mierda!!!
Pero lo que ya es el colmo, la gota que rebalsa el vaso, después claro de la mancha negra, es sin duda tener una esposa de mierda. No digo que siempre lo haya sido, pues no acostumbro tomar dediciones equivocadas, y por algo me casé con ella. Pero en algún minuto, alguno en que no me di cuenta, ella se transformó en una esposa de mierda. No puedo creer que no lo haya notado antes, al igual que la mancha, nunca lo noté…hasta ahora.
Quizás sea porque ahora me he visto obligado a pasar más tiempo en casa, que he comenzado a darme cuenta de ciertas cosas inaceptables. Una de ellas es esa mancha inmunda en el cielo blanco de mi cocina, claro, pero no es la única, es sólo una entre varias.
Para empezar, quedé boquiabierto cuando escuché a mi señora hablando con Francisca Hormazábal en el teléfono. Mujer más estúpida no he conocido nunca: siútica, frívola, arribista, siempre preocupada de cosas banales, todo lo que sale de su boca es trivial, irrelevante, sin sentido, estúpido. Pero ahí estaba, hablando animadamente nada más y nada menos que con mi señora.
Como esa mancha, alguien debería limpiar este mundo de personas como Francisca Hormazábal, que nada aportan, sólo hacen del mundo un lugar más imperfecto aún de lo que ya es.
-La Fran dejo que deberías relajarte un poco, que eres muy cuadrado para tus cosas.-
¿Qué es eso de LA Fran? ¿Es que a éstas mujeres nunca les enseñaron gramática?, de un indigente se puede esperar que ponga artículos antes de nombres propios, pero no de mi señora. “La Fran”, ¿se demoran mucho en decir Francisca? ¿O es que esto de los odiosos diminutivos es la última moda de la gente estúpida?, ¿cuadrado? ¿Qué cresta quieren decir con eso? ¿Qué soy serio, responsable, preocupado, normal? ¿Es que es tan grande la falta de vocabulario de estas mujeres que tienen que reemplazar adjetivos calificativos con figuras geométricas, o definitivamente son tan estúpidas que no ven la diferencia entre ellas? Soy un hombre que tiene una vida con obligaciones y responsabilidades, como cualquier persona normal, y como cualquier persona normal, no tengo ni tiempo ni ganas de relajarme. Después de todo no me importa, si hay algo que no me interesa en lo más mínimo es saber que piensa de mí Francisca Hormazábal, hasta esa mancha negra tiene más relevancia que ella en mi vida.
-Yo pienso lo mismo, esto de vivir estresado no le hace bien a nadie, deberías aprovechar que ahora tienes tiempo para relajarte un poco.-
¿Y de qué vivimos, ah? ¿Qué vamos a comer? ¿El programa de farándula que estás viendo ahora? Tú no sabes nada de la vida, no sabes nada, tu vida es ver televisión acostada en la cama, tu única responsabilidad es ir al mall con Francisca Hormazábal, la palabra stress sólo la conoces de oído.
-¿De dónde sacaste esa manía tuya de no contestar cuando te hablan?-
Quizás del mismo lugar de donde sacaste la tuya de no limpiar las manchas cuando las ves.
Hoy llegué temprano, no tenía más entrevistas, me moría de hambre y no podía pensar en otra cosa que en esa corbata fucsia. “ ‘Uta que anda encashao ñóh”, me dijo el conserje cuando entré, yo preferí no contestarle, porque no hablo su idioma. Como de costumbre, el ascensor se demoró más de la cuenta, hace tiempo que abre sus puertas en cada piso, y para variar, nadie ha llamado a nadie para que lo arregle. Cuando entré a mi casa saludé y dejé las llaves en la mesa del teléfono, pasé un dedo sobre ella, estaba llena de polvo, nadie la había limpiado. No quería irritarme, estaba tan cansado que no tenía energías ni para eso, cerré los ojos y respiré profundo, pero la furia me estaba matando.
-Mi amor, ¿llegaste?-
¿Hay pregunta más estúpida que esa? Si me ve entrando y me escucha saludando ¡¿porqué cresta pregunta si llegué?!
-Te voy a preparar algo rápido porque estoy un poco apurada, voy a salir al mall con la Fran.-
Me senté en el sofá para ver el noticiero y sentí algo incómodo en mi espalda. Otra vez alguien dejó el control tirado. Hay una mesa de centro, que sirve para dejar el control, pero mi familia es tan inteligente que no sabe para qué sirve la mesa de centro y deja el control en el sofá. Intenté encender el televisor pero estaba desenchufado, la furia comenzaba a invadirme.
Fui al librero a sacar una enciclopedia, pensé que algo de cultura disiparía mi cólera, pero la rabia aumentó. ¡He dicho miles de veces que las enciclopedias deben estar en orden! ¡¿Es que acaso no saben contar?,! ¡¿Dónde se ha visto el número uno al lado del quince, y luego el veintitrés?!
-Mi amor, déjalo así, yo después lo arreglo, ven, cuéntame, ¿cómo te fue?-
Esquivé el beso que quería darme porque tenía diez centímetros de estuco en el rostro, sabe cómo odio el maquillaje, pero se maquilla, ¡qué mujer de mierda!
-mal-.
-tranquilo, ya va a salir alguna pega-
-tú necesitarás “una pega”, yo necesito un trabajo-
-claro, pero no tienes que contestarme así, mira, te dejé arroz en esa olla-
No había arroz en ninguna parte, sólo una mazamorra amorfa y asquerosa, tuve la osadía de probarlo y, como imaginaba, no tenía sal.
-no le puse sal porque engorda, ahora te estoy cortando un poco de carne para que te la frías.-
-no tienes para qué decirlo, lo estoy viendo, no soy estúpido-
-sí claro, es que no tuve tiempo para hacer un almuerzo decente jajaja-
-no tiene nada de gracioso, tuviste tiempo para maquillarte y no para cocinarme, parece que Francisca Hormazábal es más importante para ti, si quieres nos divorciamos y te casas con ella-
-¡ya me estoy aburriendo de tu actitud, siempre criticando todo, me estás cansando!-
-¿cansando? ¡Tú nunca te has cansado!, cansado llegaba yo del trabajo, cansado estoy ahora que no me puedo los pies, eres tú la que me aburres a mí, ¡que no sabes ni hacer el arroz!-
Simplemente colapsé, sabía que eso podía pasar y pasó, hay límites para todo y yo no podía más. Tomé un salero y lo vacié en el arroz, tiré la carne al piso y comencé a decirle lo que hace tiempo pensaba, que se había transformado en una mujer de mierda.
Creo que para las personas cuerdas como yo, no es fácil darse cuenta cuándo está al frente de una persona enferma. Es que nos rodeamos a diario de ellas, tanto así que pasan a ser parte del entorno, y nos acostumbramos. La verdad nunca pensé que mi mujer podía estar loca, de que era una mujer de mierda no había duda, pero no imaginaba que tuviera una mente perturbada.
El asunto es que comenzó a gritar como poseída, se agarraba el pelo como queriendo arrancárselo, me miraba con los ojos hinchados se sangre y golpeaba la mesa con furia, y entonces lo hizo. Tomó el cuchillo carnicero, se acercó enajenada y comenzó a acuchillarme. Siete puñaladas, todas certeras, todas mortales.
Y aquí estoy, muriéndome. Para ser honesto, eso no es lo que me molesta, quizás lo mejor sea morir, éste mundo no me merece, siempre pensé que yo estaba para cosas más grandes que ser una simple persona más en un mundo lleno de personas. Espero que el otro mundo no sea como éste, claro, aunque la verdad no creo que exista algo peor. Lo que debo reconocer, eso sí, es que nunca imaginé una muerte más infame que ésta. Cuando caí, ella dejó el cuchillo sobre la mesa y partió a su habitación. Desde ahí escucho la canción que canta, desafinada y con un inglés mal pronunciado, hace un minuto llamó a Francisca Hormazábal, y reían, con esa risa insoportable, risa de estúpida. Y aquí estoy, en medio de un desorden que no puedo soportar: el arroz tirado, la sal tirada, la carne tirada, el refrigerador abierto, mi sangre expandiéndose por el suelo, sangre que brota de siete heridas, siete, un número impar.
Sí, todo eso hace de mi muerte una muerte horrible, inaguantable. Ni en mi lecho de muerte este mundo de acéfalos deja de enrostrarme sus defectos de fábrica. Ni a una muerte digna puede aspirar una persona normal, cuando vive entre anormales. Pero eso, no es lo peor. No, nada se compara a esto, esto es sin duda lo que hace de mi muerte una tortura infernal, un lento y horrendo suplicio, el estar aquí, tirado sin poder levantarme, sin poder mover la cabeza, mirando hacia arriba, con los ojos justo al frente… ¡¡¡de una mancha negra en el cielo blanco de mi cocina!!!