miércoles, 6 de julio de 2011

SALUD POR ESO


-Tienes que conocer Ibiza hueón…

Nicolás miró disimuladamente su reloj. Ya era tarde. Axel había llegado de sorpresa, como de costumbre, suponiéndose bienvenido, con un whiskey en la mano. Ya habían estado cuatro horas en la terraza y estaba empezando a sentir frío, pero su compañero no daba señales de querer irse.

Le había dado un abrazo y había pasado, sin previa invitación, diciéndole que estaba cada día más flaco, que le hacía falta el gimnasio. Cargando las mismas aventuras de siempre, parecía que esta vez venía más entusiasmado que nunca en contarle su vida, mezcla rara de verdad y ficción, que relataba con una verborrea desesperada, sin dar lugar a réplicas, improvisando detalles escabrosos para hacerla más interesante.

Amigos de la infancia, se habían distanciado desde que Axel se transformara en una estrella del póker y se lanzara a recorrer el mundo y afianzar su fama de vividor. Cada cuatro o cinco meses pasaba una semana en Chile y aprovechaba de visitarlo. Fueron esos encuentros amenos, hasta que se acabaron los recuerdos y comenzara el monólogo de Axel, nunca muy novedoso, que ya lo estaba aburriendo.

-Es una isla espectacular, fiestas a cada rato y en todas partes, está lleno de minas en topless, jaja, tú te volverías loco hueón…

Había veces, la mayoría en realidad, en que Nicolás fingía interés, sonreía y soltaba carcajadas cuando el tono de voz de Axel predecía el remate. Pero no lo escuchaba. Pensaba en otras cosas, sacaba conclusiones.

Se había dado cuenta que desde siempre Axel había sentido la necesidad de enrostrarle su vida de excesos, infinitamente más emocionante que la suya, según debía pensar. Desde adolescentes, en realidad, que buscaba superarlo en ese sentido, y valla que lo había logrado. Lo pasaba a buscar en el auto que le regaló su padre a los dieciséis, y que renovaba cada año, y lo llevaba con él a las discos, a las fiestas, a los paseos. Allí bebía más que él, bailaba más que él, y se levantaba más mujeres que él. Lo desafiaba constantemente, que cómete esa mina si te atreves, que prueba esto que te deja loco, que ¿a cuánto crees que llego en carretera?, que ¿se lo metiste?, que quedémonos más rato si ya somos grandes, que puuuuuuuuuuuta que erís maricón, erís mas fome que la mierda, hueón.

-No te he echado de menos hueón, jaja, sorry pero es la verdad, es que la he pasado muy bien Nico, ni te imaginas, tienes que viajar conmigo poh hueón, ya te he dicho tantas veces.

-No, es que no tengo tiempo, mucho trabajo.

-Qué tiempo hueón, mira tu departamento, tu auto, ¿y de qué te sirve ganar tanta plata si no gozas la vida?, arráncate conmigo un día de estos, no te vas a arrepentir…

Tal vez era porque su madre siempre los comparó. –Mira al Nico, Axel, apréndele a él que estudia, ¿qué vas a ser tú cuando él sea profesional? Ya te quiero ver, vas a estar dando botes en cualquier trabajo mal pagado- decía. Y así fue, al menos un par de años, y es que sin él al lado para guiarlo en las respuestas, Axel no duró mucho en los estudios superiores. Trabajó un tiempo en la empresa del papá, y nada de terno y corbata, empezó desde bien abajo, para que aprendiera a ganarse la vida, y ahí bajaba la vista un poco avergonzado –que bueno que te esté yendo bien, Nico- le decía cuando se encontraban –yo, como siempre nomás, tú me conoces, gano mi plata y me dedico a pasarla bien, jaja, como corresponde-.

-¿Hace cuánto que no sales de Chile? ¿Desde que fuimos a Brasil, de gira de estudios? Jaja, yo ya he recorrido medio mundo, hueón, este whiskey te lo traje de Escocia y mañana parto a México. Pero la invitación está hecha, tú sabes, cuando quieras, me acompañas…

En Brasil se había dado cuenta Nicolás que su amistad no era incondicional, cuando Axel cayó escalera abajo, mientras iban a la piscina del hotel a reunirse con los otros en medio de la madrugada, sin poder siquiera levantarse de ebrio, le reprochó su risa y rechazó su mano, sangrando de la ceja izquierda, no escuchó su consejo –anda a acostarte tú, y córrete la paja, “hermano”- le dijo. Y al otro día, como si nada, relataba la anécdota de la caída haciendo reír a todos, omitiendo claro el impasse con su mejor amigo. –Me saqué la cresta- decía -¿o no, Nico?   

-Con esta, sería la tercera vez que voy a México. Allá también se pasa bien. En México están las minas más ricas del mundo. Allá podrías refinar tus gustos poh Nico, porque las minas que te he visto, jaja, que quieres que te diga, son harto malitas hueón…

-Jaja.

-La única mina rica que te he conocido, es la… ¿cómo se llamaba?...la Camila, esa que llevaste una vez a mi cumpleaños ¿te acuerdas?

Nicolás guardó silencio unos segundos, Axel estaba entrando en terreno sensible.

-Me acuerdo.

-¿Cuánto tiempo estuviste con ella? ¿Fue poco, cierto?

-Casi dos meses.

-Jaja ¿y qué pasó? ¿Era mucha mujer para ti? No te la pudiste ahh…

-Había cosas que no me gustaban de ella

-¡Ahh, ya sé, los dientes!, pero con ese culo, hueón, se le perdona.

-No, otras cosas.

-Es que tú eres muy exigente, Nico, si no todas las minas pueden discutir del conflicto palestino-árabe.

Nicolás soltó unas carcajadas sinceras, sintió el impulso de corregir el error, pero se lo guardó, no valía la pena, pensó.

Axel apoyó los codos en la mesa y le acercó su cara, como para decirle un secreto. -Te apuesto que ni te la culeaste, jaja- le dijo.

Nicolás encendió un cigarro, y pensó en una buena respuesta, pero no se le ocurrió nada, así que sólo le sonrió. Axel se sirvió más whiskey y se echó en el respaldo de su silla, fijó la mirada en el vaso y lo meneó un par de veces.

-Yo me la culié poh hueón…

Nicolás sintió una puñalada. Ya no sonreía. Dejó caer el cigarro recién encendido y fijó su mirada en los ojos de Axel, esperando que se desmintiera.

-Me la encontré hace dos años en Pucón. Ella me reconoció. Me calentó la sopa, y uno es hombre poh hueón, tú sabes. Me la llevé al hotel. Jaja. Pero cambia la cara, Nico, tampoco es tan grave. Tú ya habías terminado hace rato con ella, y por lo que me dijo, tampoco fue muy importante lo de ustedes, porque así me dijo, como dios la echó al mundo, y uno en pelotas no miente poh hueón, me dijo: “ni siquiera alcanzamos a acostarnos”.

La noche se hizo más silenciosa para Nicolás. Parecía que ahora sólo escuchaba las palabras de Axel, cayéndole una tras otra, como bofetadas. No se explicaba como pudo alguna vez sentir ese cariño entrañable que sentía por él, cómo, si esa mirada de triunfo que veía ahora en sus ojos la había visto tantas otras veces.

-Perdóname hueón, jaja, tenía que decírtelo. Ya poh pero dime algo. ¿No te enojaste, cierto? No me vas a salir ahora con que estabas enamorado de ella…

-No. Jaja. No importa, en serio.- Una frialdad súbita pareció apoderarse de Nicolás, cuando cayó en cuenta de como terminar esa conversación. Analizó en una fracción de segundos las palabras precisas, y esperó que llegara el momento.

-Eso sí, te lo juro, Nico, nunca más la volví a ver. No la llamé ni nada. Desaparecí. Nunca más supe de ella. ¿Tú la has visto?

-Hace un par de semanas, fui a su funeral.

-¿Cómo? ¿Murió?

-Se mató, de hecho. Ya estaba muy enferma, de todas formas le quedaba poco tiempo.

-¿Y qué tenía?

-SIDA.

El brazo de Axel, empinado con el vaso, cayó en la mesa como plomo. Nicolás pudo ver cómo los vellos de ese brazo se erizaron. Los ojos de Axel ya habían perdido la mirada bonachona de hace pocos segundos, ahora reflejaban espanto, y resaltaban en la palidez repentina de su rostro.

-¿Cómo dijiste, Nico?

-SIDA. Me lo dijo, justamente, cuando estábamos apunto de meternos en la cama. “Espera, Nicolás, hay algo que no te he dicho todavía”, fueron sus palabras. Nunca me voy a olvidar de eso. Ese día terminamos ¿no te lo contó?

El aire se volvió tan tenso que ni una mosca podría haber volado sobre sus cabezas sin sentir la necesidad de escapar de ese lugar. Los segundos se hicieron eternos. Ahora la ciudad estaba muda, para ambos.

De pronto, Axel golpeó la mesa y se largó a reír. El eco de su risa nerviosa recorrió la ciudad. Se volvió a servir whiskey y a echarse sobre el respaldo de su silla, intentando relajarse.

-Nico, hueón… ¡me estás hueando!

Nicolás tomó el último sorbo de su vaso y lo miró a los ojos. Le sonrió.

-No.- le dijo.

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