miércoles, 31 de agosto de 2011

LA DECISIÓN



Desconecté el teléfono porque no quería más llamadas. Quería pensar. Creo que es lo que mejor hago y paradójicamente, lo que menos he hecho este último tiempo. Desde aquel día en que le dije que sí, que he vivido encerrada en una burbuja, un sueño, un mundo ficticio del que recién ahora estoy saliendo.  Ahora… justo ahora.

Lo noté cuando abrí el clóset para sacar los zapatos, los zapatos reina -porque otros dan mala suerte- que me regaló mi madre hace unos días, adelantándose a mi mal gusto. –Por dios, llegó la hora- me dije, viéndome en el espejo de cuerpo completo de la puerta del clóset, en medio de ese enorme vestido de novia. Y entonces la pregunta vino a mi mente… ¿Qué estás haciendo, María José?

El teléfono sonó nuevamente, como no ha dejado de hacerlo todo el día, y fue ahí cuando lo desconecté. Los distractores como el teléfono me impedían analizar la realidad. Esa que ahora, indolente, se me vino encima como una avalancha.

¿Será posible? Yo, la Coté Betancourt, metida en un vestido blanco, a minutos de entrar en una iglesia enorme repleta de nardos, a casarme con Patricio. -Esto es surrealismo puro- me dije. Ahora sé que en el fondo siempre supe que esto pasaría, que a último minuto, cuando todo estuviera listo, tendría que tomar la decisión.

 ¿En qué cresta estaba pensando? Siempre supe que no sería capaz. No sé en qué minuto perdí la noción de lo debido, qué pájaro descarriado se vino a posar en mi mente para alborotar mis pensamientos. Pésimo momento escogí para pensar con la cabeza fría.

Tal vez fuera la presión, el momento, la forma. Tal vez esas mala costumbre mía de pensar como adolescente cuando debo tomar decisiones importantes. Quien sabe, el asunto es que cuando debía decir que no, dije que sí.

-¡Estamos al aire!

-Bien, continuamos, nuestro corresponsal en Londres tiene una noticia de último minuto. Adelante Javier, ¿qué novedades nos tienen los juegos olímpicos?

-Los juegos olímpicos ninguna, María José, pero este joven que tengo a mi lado nos tiene una novedad interesante.

-Coté, mi amor, espero que no te enojes por esta sorpresa, pero quiero que todo el país sepa que te amo, que eres la mujer de mi vida, que no puedo vivir sin ti, que la distancia me está matando y que sería el hombre más feliz del mundo… si me dijeras que sí.

-Es un hermosa sortija, ¿no, María José?

Definitivamente no tenía otra opción, no había otra. El error ya lo había cometido, en su última visita a Chile, en la embajada, cuando me notó nerviosa y me tomó la mano, me miró a los ojos y me dijo: “tranquila, Coté, no hay razón para el nerviosismo, ya todos saben lo nuestro…o es que acaso…. María José, ¿es que acaso todavía no lo dejas?”.

 Fue el mirar sus ojos de niño, sentir la presión de su mano en la mía, fue el entender que las promesas se cumplen y que no se juega con los sentimientos cuando son auténticos. Y le dije que sí, que lo había dejado. Aunque la verdad fuera otra.
   
 Siempre supe que me hacía daño, que estar con él, con el otro, era matarme por dentro. Siempre supe, de verdad, que debía dejarlo, olvidarme de él para siempre. Pero no podía. Hay cosas más fuertes que las convicciones morales, los instintos. Y encerrarme con él en el baño del estudio, tenerlo entre mis manos, ofrecerle mis labios, era una experiencia sublime. Cuando estaba con él me enceguecía, me trasladaba al paraíso, me olvidaba de Patricio, por completo.

Algún día debía terminar, lo sabía. Pero era tan irresistible que me hacía incapaz de ponerle atajo. No era una cuestión de costumbre, como Patricio me aseguró cuando me pidió que lo dejara. No, era una cuestión irracional, visceral. Era una cuestión de placer. Y es que nunca estuve segura de si amaba o no a Patricio, pero siempre estuve segura de que a él lo odiaba, lo odiaba con todas mis fuerzas, pero no podía dejarlo. Por mucho que quisiera a Patricio como nunca antes había querido a nadie, sabía que no podía darme el placer que él sí podía darme.

Ya era tarde, muy tarde. Esa loca idea nuestra –como todas nuestras ideas- de romper el hielo y llegar a la hora ya no había funcionado. Sabía que Patricio estaría preocupado, que los invitados y la prensa comenzarían a especular. Sabía que el país entero comenzaría a hacer sus apuestas. Pero ahí estaba yo, vestida de novia, sentada en mi cama, esperando tomar la decisión.

-¿Qué hago?

El plan era simple. Habíamos resuelto que después de la ceremonia no habría fiesta. Pasaríamos la noche juntos en mi departamento, bebiendo la champaña que especialmente trajo de París, y temprano en la mañana tomaríamos el vuelo a Londres. Ahí viviríamos hasta que lo trasladaran o se retirara, en el primer mundo, como siempre soñé. La vida diplomática sería fácil, yo domino el inglés y me agrada la vida social. El protocolo, las recepciones, los viajes, no serían problema. Iba a ser la esposa perfecta del hombre perfecto.

Era sólo un trámite. Ir, decir acepto y punto. Nada más. Con eso mi vida perfecta habría comenzado. Pero no podía, ahora lo sabía bien, porque ahí estaba su imagen, su olor, perturbándome. Pensé que lo había olvidado. Después de meses sin él, sería demasiado estúpida al renunciar al hombre de mi vida por una obsesión sin importancia. Sabía que sería un escándalo, que me marcaría para toda la vida, pero me estaba dando cuenta que aunque quisiera, sin él, no podía vivir.

El citófono sonó.

-Señorita Coté, el chofer la está esperando, dice que ya es tarde.

Era el minuto de decidir. ¿Con quién me quedo? No puedo ser racional en estas circunstancias. Es obvio que lo correcto es Patricio, nuestro proyecto de vida, nuestros planes. Pero tengo que dejarlo para escoger a Patricio, y ahí está el problema.

-Señorita Coté… ¿está ahí?...

Saqué las botellas de champaña del congelador y las puse en la maleta. Salí. Mi corazón latía con fuerza, estaba echando todo por la borda, sabía que en cierto sentido estaba destruyendo mi vida. Cuando estuve abajo las puertas del ascensor se abrieron y el conserje me deseó felicidad. Avancé segura, decidida. El chofer me saludó cortés y abrió la puerta del auto. Me detuve. Vacilé por un momento, ya no había tiempo, lo que hiciera en ese segundo determinaría el resto de mi vida. Cerré los ojos y me armé de valor.

Volteé y cambié de rumbo, con los ojos cerrados, podía sentir las luces de las cámaras dándome en el rostro. Apresuré el paso, poco a poco, no me di cuenta cuando comencé a correr. De pronto me vi frente a mi camioneta, lancé la maleta a la parte trasera y me subí rápidamente, encendí el motor, puse la radio a todo volumen, y aceleré, desesperada, como huyendo del mundo, sólo aceleré.

No sé como llegué aquí, no sé siquiera donde estoy, pero hasta aquí duró mi gasolina y mi frenética carrera terminó de improviso. En todo lo que abarca mi mirada no hay absolutamente nada, sólo arena, mar y montañas.

Comenzaba a obscurecer cuando me recuperé de la adrenalina y me decidí a bajar a la playa. El viento marino desordenó mi peinado perfecto. No podía imaginar una escena más grotesca que esa. Vestida de novia, sola en medio de la nada, caminando por la arena con una botella de champaña en la mano.

No sé cuántas horas han pasado, lo que sí se es que ya es tarde para cambiar mi decisión. Que la iglesia debe estar vacía y que Chile entero debe estar comentando mi acto de valentía…o cobardía, quién sabe. Lo cierto es que aquí, por fin, he podido pensar tranquila.

La marea subió y manchó de chocolate mi larga cola… ¿Qué hace la Coté Betancourt con un vestido de novia blanco? quizás debería meterme al agua para mancharlo todo. No, ahora es absurdo, ya no me casé.

A lo lejos una gaviota canta, a lo lejos. ¡Bah, me salió como Neruda!, Neruda y la gran puta que te parió… ¡mira lo que ese mismo amor con el que te llenaste la jeta hizo conmigo!

¿Qué estará pensando Patricio? Cualquier cosa, seguramente, menos que estoy arruinando el vestido por el que pagó miles de dólares. Tal vez le esté dando explicaciones a ese afeminado hediondo a poodle con acento franchute que me enrostró tantas veces la calidad de su vestido y sus noches de vigilia. Tal vez esté auxiliando a mi madre, infartada quizás por el bochorno.  

En fin, sé que volver al mundo real no será fácil. Pero nada es fácil en esta vida. Dejarlo no hubiera sido fácil. Lo sé. Lo sé porque lo intenté varias veces y no pude. Y aquí estoy, gracias a él. Estoy conciente que mi vida de aquí en adelante será difícil, estoy conciente, y es justamente por eso que no puedo entender porqué río tanto. Quizás me esté volviendo loca, quizás sea la champaña, quizás sólo una reacción mecánica del cuerpo para contraer los músculos y evitar el frío. Ese frío quemante que cala los huesos, a esta hora, en la playa.

Hace frío, mucho frío. Pero yo no tengo frío, porque no lo dejé. Ni con sus abrazos ni con sus caricias habría podido Patricio quitarme el frío. El único que puede hacerlo es el cigarro, ese cigarro que fumo ahora y que he estado fumando hace horas, uno tras otro, consumiendo lentamente su exquisito tabaco, llenando mis pulmones con su suave caricia.

Había dejado la cajetilla sobre el refrigerador cuando Patricio me pidió que lo dejara, quizás porque sabía que en algún minuto lo iba a necesitar. Le quedaba un poco más de la mitad, y estaba intacta cuando la puse en la maleta. Cuando ya había tomado la decisión.
   
Y es que aunque quisiera a Patricio como nunca a nadie, y aunque amara de él sus principios naturistas  y su causa antitabaco, lo cierto es que en el fondo éramos tan incompatibles como el agua y el aceite. Porque él no podía estar con una fumadora. Y yo, definitivamente, no podía dejar el cigarrillo.

3 comentarios:

  1. Que buen final!
    Me sorprendiste y me he reído por dentro.
    Noto, hasta ahora, que tus personajes femeninos son fuertes, mujeres decididas y dispuestas a dejar lo que tienen por llevar adelante lo que creen mejor para ellas. Me resulta interesante la visión que tienes de las mujeres.
    Me gustó tu cuento =)
    Saludos desde Puerto Varas!!

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  2. Soy un admirador del género femenino, pero siempre me han atraído más -en todo sentido-, tal vez por literarias, aquellas mujeres con carácter, independientes y decididas.
    Saludos desde La Serena!

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