sábado, 8 de octubre de 2011

EL CERDO


Como todos los días desde hace meses, Rodrigo no conseguía desayunar. Por más que lo intentara, no había caso. Trataba de mantener la calma, respiraba hondo y miraba fijamente su café, pero no podía, era imposible, sabía que allí estaba, sentado frente a él, apuntándolo con su pata… el cerdo.

Había intentado ignorarlo desde que se resignó a tenerlo sentado a su mesa, después de aquél día en que se levantó de su cama, con la conciencia aún intranquila, y se lo encontró en el comedor, sentado y con sus piernas cruzadas. Paralizado por el miedo, no había alcanzado aún de salir de su sorpresa, cuando vio luego estupefacto cómo con toda naturalidad, su indeseable visita lo apuntaba con su pata.

Al principio quiso no darle importancia, sabía que era fruto de su imaginación y que algún día desaparecería, pero lo cierto era que por más que  quisiera, la incómoda presencia del cerdo no podía pasar inadvertida.

Su compañera de trabajo, Camila, lo había notado extraño. Llegaba muy temprano a la oficina y organizaba constantemente salidas y fiestas –Pero en mi casa no- decía. Había llegado a la conclusión de que intentaba pasar la menor cantidad de tiempo en casa, después de notar que ingeniaba creativas excusas para evadir sus visitas. Pensó que algún problema lo turbaba y llegó de sorpresa una noche a conversar con él, le llevó pizzas y cervezas y se sentó a la mesa, pero Rodrigo permaneció de pie.

-¿No lo ves?- le dijo –está ahí, sentado junto a ti, apuntándome con su pata.

Lo consideró una broma cotidiana y lo dejó pasar, aunque sin dejar de lado su preocupación. Tiempo después caería en cuenta de que realmente había un problema. Una mañana pasó por él después de enterarse que su auto estaba averiado, y lo que vio terminó por convencerla de que su amigo necesitaba ayuda. Cuando llegó, se detuvo frente a su puerta sorprendida. Rodrigo insultaba ferozmente a alguien. Camila no pudo con la curiosidad y se acercó a su ventana, y entonces lo vio, solo frente a su mesa, vociferando enajenado obscenidades a nadie.

-Te noto estresado, Rodrigo- le dijo ya en la oficina –aquí tengo la tarjeta de una amiga psiquiatra que quizás pueda ayudarte.

Pasó mucho tiempo antes de que Rodrigo se decidiera a buscar ayuda profesional, y sólo lo hizo porque no tenía más opciones. Lo había intentado todo, ignorarlo, familiarizarse con él, insultarlo, expulsarlo. Incluso un día se había sentado a su lado y había intentado entablar una conversación con él. Pero nada funcionaba, el cerdo lo miraba a los ojos, serio, intimidante, y lo apuntaba con su pata.

-Me estoy volviendo loco- se dijo, el día en que decidió pedir una consulta.

Pasó por varios especialistas y tratamientos prolongados, pero ni las píldoras, ni los ejercicios de relajación, ni las extenuantes sesiones de conversación daban resultado. Siempre estaba ahí, atormentándolo… el cerdo.

-Es un caso difícil, Rodrigo, dices que sólo quiere jugar ajedrez contigo, eso debe tener alguna explicación, debe representar algo, pero no logro encontrar respuesta. Definitivamente no es un trauma de infancia ni alguna clase de complejo, es una alucinación que realmente no tiene ningún sentido…

Rodrigo se había insertado tempranamente en el mundo de los negocios, se había graduado con honores y era un hombre exitoso, sus colegas envidiaban su reconocimiento, muchos incluso lo tenían como referente, tenía una vida estable en lo económico y lo personal, era lo que siempre había deseado ser. Sólo el cerdo hacía que su vida no fuera perfecta.

-Pensé al principio que era una manifestación de tu subconsciente en orden a evitar la soledad, pero vivir solo ha sido siempre tu proyecto de vida, y además si así fuera las píldoras habrían hecho desaparecer al cerdo, y no hay caso…

Estaba trabajando en esa oficina hacía algún tiempo, era el primero entre sus pares, el consentido del jefe. Su meta era conseguir ser socio de la compañía, y estaba más cerca que nunca de eso cuando el cerdo apareció en su vida, y se convirtió en un obstáculo para su asenso profesional.

-Clínicamente hablando estás completamente sano, todos tus exámenes están perfectos, incluso tu coeficiente es superior al promedio, por eso descarté la internación, el problema es más simple de solucionar, pero requiere tu compromiso…

Todo había empezado cuando su jefe lo invitó a pasar un fin de semana junto a su familia en su fundo, le había revelado que tenía grandes expectativas con él, que lo necesitaba a su lado para emprender ambiciosos proyectos. Era una forma de decirle entre líneas que pronto sería socio, que su objetivo estaba a un paso.

-Convoqué a varios colegas a una junta médica para analizar tu caso, no hay ningún precedente que nos permita guiarnos, pero llegamos a una conclusión que estamos seguros acabará con tu problema…


La oferta de hacerlo socio nunca llegó. Camila le había comentado que quizás era porque el jefe lo había visto alejarse de sus compromisos. Y algo de razón tenía. En su afán por desviar su atención y apartarse de su casa, Rodrigo se había hecho asiduo a las salidas nocturnas y al trago, y poco a poco había ido dejando de lado sus responsabilidades.

Pero Rodrigo deseaba más que nada conseguir su objetivo, y estaba dispuesto a hacerlo todo, fuera lo que fuera, para sacar al cerdo de su mente.

-Lo que tienes que hacer es simple, Rodrigo, básicamente lo que quiere el cerdo es jugar ajedrez contigo, eso es lo que crees ¿no?, pues bien, la solución a tu problema es sentarte junto al cerdo y jugar ajedrez con él, dale lo que quiere, Rodrigo, y te aseguro que el cerdo se irá.

Camino a su casa Rodrigo sudaba como nunca antes lo había hecho, respiraba exaltado y su presión aumentaba, estaba nervioso, muy nervioso, pero nada lo haría cambiar de opinión. Estaba decidido a darle al cerdo lo que quería… que no era precisamente jugar ajedrez con él.

Había algo que Rodrigo no le había confesado a su psiquiatra, era judío. En sus primeros años ejerciendo la profesión había sufrido en carne propia la discriminación más descarada. En las altas esferas empresariales nadie quería a los judíos, les irritaba su influencia, su poder, sus abultadas cuentas corrientes. Había decidido que el antisemitismo no opacaría sus capacidades profesionales, y su origen lo había guardado receloso como un secreto inconfesable.

Ese día, cabalgando con su jefe en el fundo, llegaron de pronto a un corral de cerdos.

-Te aseguro, amigo mío, que no hay mayor exquisitez que las criadillas de cerdo.


Rodrigo se sintió realmente incómodo. Tenía frente a él a ese grupo de animales repugnantes, asquerosos, gimiendo espantosamente mientras se revolcaban en el lodo.

-Escoge el tuyo, Rodrigo, hoy probarás un manjar del Olimpo.

Respiró profundo. No podía revelar su religión, ni rechazar la oferta de su jefe. No quería ofender ni incomodarlo. Sabía que sería una experiencia desagradable pero debía hacerlo, no podía perder la oportunidad de ascender en su carrera.

Entonces fijó la mirada en uno de los animales, y lo señaló con su mano.

Cuando Rodrigo llegó a su casa la decisión estaba tomada, cerró su puerta y lo vio, esperándolo, sentado a su mesa, con las piernas cruzadas, lo miró a los ojos y lo apuntó con su pata.

-Hoy te vas para siempre cerdo de mierda.

Se dirigió a la cocina y tomó un cuchillo, su mano temblaba, pero estaba decidido, tomó un plato y bajó sus pantalones, detuvo su respiración y miró hacia otra parte. Fue un corte rápido, certero, con sólo un segundo su angustia terminó. Sintió una mezcla indescriptible entre alivio y dolor. Caminó con dificultad, sintiendo caliente la sangre que chorreaba entre sus piernas, llegó al comedor y lanzó el plato sobre la mesa.

-¡Ahí tienes cerdo hijo de puta, ¿eso querías…ahora estamos a mano?!.

Lo dieron de alta semanas después de despertar de su desmayo. Camila se comprometió a cuidarlo y condujo su silla de ruedas hasta su casa. Rodrigo estaba nervioso, pero convencido de haber hecho lo correcto.

Camila lo tranquilizó antes de abrir la puerta, le acarició el cabello y le recordó que todo estaba en su cabeza. Minutos después ambos comían sentados a la mesa. Rodrigo por fin respiraba tranquilo. El cerdo no estaba, se había ido.

2 comentarios:

  1. Cuento complejo y bien logrado, basado en símbolos que representan la culpa. Subrayo culpa, porque es el caótico círculo que está atrapado el personaje. Este animal es negado por los judíos como impuro;por ser rumiante, o por tener la pezuña partida. El ajedrez es otro elemento (símbolo) que es lógico verlo como el conflicto que se instala, pero encuentro un detalle que no me parece menor; ¿Cómo el cerdo le transmitió el deseo de entablar una partida de ajedrez? Esta información llega como parte de las confesiones con su siquiatra (supongo). En fin, si el cerdo habla es más compleja la alucinación, aunque por la lectura solo permanece acechándolo como presencia. Muy interesante tu relato, un abrazo desde Uruguay y nos estamos leyendo por ahí...

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  2. Gracias por tu comentario Luis. La culpa, ese sentimiento que a todos nos perturba en la vida, por el sólo hecho de vivirla, es precisamente el verdadero protagonista de este cuento. El detalle del ajedrez es sólo al azar, una mentira de Rodrigo a su psiquiatra para ocultar su religión. Lo que verdaderamente quería el cerdo es lo que se revela al final, otro sentimiento perturbador, el deseo de venganza. Un abrazo desde Chile y gracias nuevamente por leerme.

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