lunes, 11 de julio de 2011

LA RESPUESTA


    -Buenos días Doña Enriqueta…-

    Sentada en su silla mecedora, con una taza de te en la mano, Enriqueta observaba con desconfianza a sus empleados. Todos parecían afanarse en sus labores, dar lo mejor de sí. Todos querían parecer los más eficientes ante la Señora.

    La casa de Enriqueta era enorme. En sus inicios constituía la casa patronal, cuando el fundo de su marido se extendía a todo lo que podía abarcarse con la vista. Ahora era la más grande y lujosa mansión del sector más exclusivo de la urbe. Fue justamente ella quien aconsejó a Agustín, su esposo, cuando comenzó a ver que la ciudad crecía y se acercaba al fundo con rapidez sorprendente, que vendiera sus terrenos a familias pudientes para que construyeran sus residencias allí. Y así, poco a poco fue tomando forma el Barrio Agustín Eguiguren, que se transformaría en la fracción más acomodada de la metrópoli.

    Entre el ejército de servidumbre que la acompañaba en su soledad, se rumoreaba con fuerza que la señora estaba pensando hacer algunos despidos. Desde que don Agustín desapareciera, ella se había transformado en ama y señora de la mansión, y había dejado de asistir al Country Club, como acostumbraba, para sentarse en su silla mecedora, y observarlos con desconfianza.

    Enriqueta los examinaba a todos con ojos de inquisidora. Necesitaba encontrar una respuesta, una pista, un indicio que la llevara a sacar conclusiones.

     La policía no pudo darle respuestas satisfactorias el día en que Agustín no apareció. Interrogaron a los empleados, buscaron minuciosamente por toda la casa, pero no encontraron rastro alguno.

    Enriqueta, sin embargo, sabía perfectamente donde se encontraba su marido. Ella misma lo había hecho desaparecer. Una noche en que volvía de una fiesta en el club, lo encontró, horrorizada, revolcándose en su cama con la hija de una de sus amigas. Lo perdonó, o por lo menos eso le dijo. Días después puso un poco de veneno para ratas en su guiso, y cuando el cadáver todavía estaba tibio, lo enterró, sola, segura que no observaba nadie, durante la madrugada, en lo más oculto de su enorme patio. Y al otro día llamó a la policía fingiéndose preocupada.

    Se había convencido de que no había testigos. Pero ahora no estaba tan segura.

    Nunca pensó que lo extrañaría tanto. No se había casado por amor. Había aceptado resignada compartir su vida con él cuando su madre se lo presentó un día, y le murmuró al oído que ese sería su esposo. Meses después, cuando todo estuvo arreglado, se casaron en el fundo. Tuvieron sólo una hija, Ángela, que había partido a estudiar al extranjero cuando estuvo en edad, y había decidido radicarse allí. Muchas veces le preguntó la joven a su madre porqué no habían tenido más hijos. –Pregúntaselo a Dios- le respondía. Solo ella, su marido, y tal vez Dios, sabían que Ángela era el fruto de la única vez que habían intimado.  

-Buenos días Mauricio…-

    Mauricio había sido cómplice de Agustín desde que llegó a trabajar a la casa. Era el capataz del fundo, su mejor amigo, su compañero en las noches de farra y putas. Cuando el fundo se convirtió en un sector residencial y no tuvo Mauricio nada más que hacer allí, Agustín no le permitió marcharse. Enriqueta siempre lo odió, y cuando su marido lo integró a la familia como un miembro más, se encargaba ella de enrostrarle con pequeños gestos que no formaba parte de su mismo círculo social.

    Él era el principal sospechoso de Enriqueta. Era el único que no la denunciaría a la policía. No porque no disfrutaría viéndola podrirse en la cárcel, sino más bien porque disfrutaría más atormentándola a diario.

    Tenía que ser él, no había otra respuesta. Él la había visto, y él se daba el horrible trabajo de despertarla a diario con la espantosa sorpresa. Tenía que ser así, era lo más lógico.

    Hacía un mes ya de que Agustín desapareció, y un poco menos de que su tormento comenzó. Cuando ya estuvo segura de que nadie la atraparía, cuando concluyó que no formaba parte ni siquiera de la lista de sospechosos de los detectives, cayó en cuenta una noche de lo que había hecho. No solamente se había convertido en una asesina, sino además, había matado al hombre que quería. Por más que no lo amara, sabía que Agustín era un hombre bueno, le había dado todo en la vida, la había hecho su compañera y había compartido con ella su gigantesca fortuna, aún cuando siempre supo que él tampoco la amaba.

    Esa noche, sumergida en el sueño, recordó los momentos felices de tantos años de matrimonio. Pero despertó de improviso, a media noche, empapada en remordimiento, y su rostro se desfiguró aterrada cuando encontró a Agustín acostado a su lado. Muerto.

    Se tragó el grito de horror. No lo podía creer. Pronto intentó dominar el miedo y lo introdujo nuevamente en una bolsa de basura. Lo arrastró sigilosa por la casa y lo enterró de nuevo. Lavó ella misma las sábanas y se quedó pensando el resto de la noche.

    ¿Quién había sido? ¿Cómo lo sabía? ¿Por qué había hecho eso en vez de entregarla a la justicia? Había un testigo, sin duda, y se estaba entreteniendo en atormentarla.

    La noche siguiente despertó nuevamente, y respiró tranquila. Todo había sido un mal sueño. Agustín estaba muerto, muerto y enterrado, y su crimen perfecto nunca sería resuelto. Se acomodó en la cama para conciliar nuevamente el sueño, pero se paralizó de espanto cuando sintió de pronto que sus pies rozaron algo, algo frío. Poseída por la angustia encendió la luz y lo vio, nuevamente, Agustín, muerto, acostado a su lado. Nuevamente lo enterró, nuevamente cambió sus sábanas, y nuevamente se quedó pensando hasta la mañana.

    La noche siguiente sucedió lo mismo, y la siguiente, y la siguiente, en una aterradora rutina que comenzaba a  enloquecerla.

-Por Dios- decía -¿Quién puede estar tan loco como para hacer esto todos los días?

    No podía ser otro que Mauricio. Él también la odiaba a ella desde siempre.

    Ya no sabía que hacer, cerraba todas las puertas con llave, conectaba la alarma, soltaba a los perros. No había caso, siempre despertaba con el cadáver de su marido a su lado, cada vez más sucio, cada vez más pestilente, cada vez más descompuesto.

-Mauricio, he decidido que debes irte-

    La familia de Mauricio vivía en el sur, lo suficientemente lejos como para que le fuera imposible viajar todos los días para hacer su exhumación.

-No se preocupe señora, de todas formas tenía pensado irme mañana-

    La tranquilidad de Enriqueta no duró mucho, el cuerpo inerte de su víctima seguía apareciendo a su lado.

-Quiero que le digas a Mauricio inmediatamente que quiero conversar con él, María, tengo un cheque que entregarle-

-Inmediatamente no va a poder ser, señora, hoy lo llamé al sur y está bien ocupado instalándose con su familia-

-Cómo… ¿Es que ya se fue?-

-Hace dos días pues señora-

    Alguien más debía saberlo, Mauricio tenía que tener un cómplice, pero no se le ocurría quién. Los observaba a diario, los examinaba a todos, pero no notaba nada raro, nada sospechoso. Pasaba los días enteros buscando una respuesta, y no la encontraba. ¿Es que acaso era el mismo Agustín que no quería dejarla vivir tranquila? A veces pensaba que era preferible entregarse y pasar el resto de su vida encerrada, antes que tener que repetir a diario su macabra rutina.

    Ángela llegó días después a hacerle compañía a su madre. Había dejado su trabajo de exitosa ingeniera en el extranjero, para pasar un tiempo en su país de origen, preocupada por la desaparición de su padre y por la salud de Enriqueta, a quien notaba cada día más angustiada en el teléfono.

-He pensado levantar una capilla aquí, hija, nada muy grande, simplemente un pequeño lugar para orar-

    Ángela observó el lugar con detención, la tierra estaba blanda, no sabía si soportara el peso del edificio…

    Era una noche clara de verano. Ventosa pero calurosa también. Una noche extraña, una noche incómoda. Una noche que parecía llamar a la angustia.  

    Enriqueta se durmió tranquila, había visto a su hija dibujando bocetos de capillas en su cama. Sabía que para cuando Ángela partiera, habría ya una capa de concreto sobre el secreto entierro, y su interminable pesadilla acabaría así de una vez por todas.

   No supo Enriqueta, en todo caso, que Ángela se había levantado de su cama. En medio de la noche, abrumada por el brusco cambio de clima y hora, había decidido examinar nuevamente el terreno donde levantaría la capilla de su madre. Cuando ya estuvo allí, permaneció muda por un momento, no podía creer lo que sus ojos veían, no encontraba sentido para tan extraña escena.

-Mamá… ¿Qué estás haciendo?-

    Enriqueta abrió sus ojos de golpe y sus vellos se erizaron de frío y sorpresa. Iluminada por la tenue luz de la linterna de Ángela, se observó de pronto en su involuntaria faena. Descalza, todavía con la camisa puesta, se hallaba afanada, pala en mano, cavando la oculta tumba de su marido.  Sólo entonces comprendió que esa era la respuesta que buscaba…

-Ahora lo entiendo todo- Se dijo.

    Días después de terminar la capilla, Enriqueta vendió la casa. Había varios interesados, pero aceptó la primera oferta. A todos les pareció extraño que dejara su espléndida mansión, que atesoraba tantos lujos y recuerdos. Pero más les extrañó, sin duda alguna, la cláusula del contrato de compraventa, que prohibía demoler la capilla que construyó Ángela al menos hasta que Enriqueta muriera. 

    Enriqueta partió luego a vivir con su hija al extranjero, y nunca más volvió a padecer de sonambulismo.

    La iglesia no se demolió nunca, la casa fue declarada monumento nacional y se prohibió modificar en detalle alguno la construcción. El barrio, sin embargo, cambió de nombre tiempo después, pues según el concejo municipal, ya nadie recordaba quién había sido don Agustín Eguiguren.

3 comentarios:

  1. Escalofríante. El solo pensar en la imagen del cadáver del marido al lado de ella en la cama me hizo erizar. Muy bueno, te mantiene en vilo a todo momento.

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  2. Gracias!, era justamente lo que pretendía, me alegro de provocar esas sensaciones en mis lectores, lo cierto es que quise hacer de este relato algo más "escalofriante" que de "terror", que creo que es un género en el que no me doy mucho.

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  3. Muy buen cuento, llegué a la expieriencia física leyendolo, estremecedor, satírico a ratos, me gustó mucho. saludos

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